¡Aleluya!
¡Aleluya!
Ha
resucitado.
1 Cor
15, 55
¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está tu aguijón?
Jesucristo ha resucitado, ha
vencido a la muerte y nos ha dado vida eterna.
El gozo de la Resurrección
del Señor es eterno, porque abraza a aquellos que habían dormido esperando la
llegada del Mesías y abraza a los hijos de Dios por todas las generaciones
venideras. Su resurrección es la certeza de nuestra Fe, la fortaleza de la Iglesia,
porque la muerte ya no puede tocarla, Hades ya no prevalece, es Cristo quien
prevalece y en ÉL prevalecemos nosotros, su Iglesia.
El fundamento de la Buena Nueva ha quedado puesto, la edificación de la Iglesia
ha iniciado y nuestra vida tiene un sentido. Con Cristo y en Cristo hemos sido
rescatados de la muerte, para buscar los bienes eternos y la Gloria de Dios en
nuestro corazón, porque así como el Hijo de Dios ha resucitado, así
resucitaremos nosotros el día de su regreso.
Y no necesitamos ver sus heridas y su costado perforado por una lanza, no
necesitamos ver un sepulcro vació ni necesitamos ver una cruz manchada de
sangre. Su testimonio permanece en el tiempo por medio de su Iglesia, que a lo
largo de este tiempo nos ha mostrado a Cristo Glorioso, oculto en el Pan y el
Vino y nos ha administrado su Gracia Sacramental. Los enviados del Señor nos
esperan día a día para presentarnos a Cristo Resucitado. ¡Oh gran poder les ha
sido dado!, consagrar el pan y el vino, presentarnos a Cristo mismo, vivo y
resucitado, glorioso y eterno que se nos comparte para vivir en nosotros, para
transmitirnos esa vida que no está sujeta a la muerte, para transmitirnos esa
vida de Gracia. Cantemos de alegría ¡Aleluya! ¡Aleluya! Ha resucitado.
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