María, la Madre de Jesús, y desde entonces, Madre nuestra, anhelaba llegar al cielo para estar junto a su Hijo.
Hoy, en la solemnidad de la Asunción, nos convoca a la alegría y al
júbilo, y a profundizar en el misterio de la muerte, esperanzados en la
resurrección.
“Pero queriendo Dios que en todo fuera semejante a su Hijo y
habiéndose dignado el Señor sujetarse a morir, convino que su Madre
Santísima muriera también. Quería Dios igualmente dar a los justos un
ejemplar de la muerte preciosa con que han de salir de este mundo, a
cuyo fin ordenó que fuese dulce y feliz la de esta Virgen inmaculada”,
finiquitó san Alfonso María de Ligorio en “Las Glorias de María” (pag.
295)
Por la fuerza de ese amor de María a Dios y a su Hijo, sin duda que a
ella no le costaría separarse de las cosas de la tierra. Pensemos, como
dicen varios autores, que para ella la muerte sería el más dulce y
concedido anhelo.
Escribió san Alfonso: “Dicen que algunos días antes de su muerte le
envió Dios al Arcángel San Gabriel […] y le dijo: ‘Reina y Señora mía,
el Señor ha escuchado vuestros deseos y me manda deciros que os
dispongáis a dejar la tierra, porque quiero ya teneros en su compañía
reinando en los Cielos”.
Tras ese episodio, entre María y los discípulos ocurrieron varios
encuentros, intercambiaron mensajes y se despidieron. Exactamente se
desconoce su edad cuando su cuerpo fue llevado a la sepultura.
Ocurrió la separación definitiva entre ellos, pero todos creían en la
resurrección. Sabían que aquel cuerpo que cargó y dio forma y vida al
cuerpo de Jesús; aquel cuerpo virginal no debía quedar en la sepultura;
debía resucitar antes que los cristianos difuntos.
El Hijo quería a su Madre a su lado. Sólo El podía resucitarla y así
lo hizo. “… oyéndose convidar de su Santísimo Hijo a que le siguiere,
inflamada en el fuego de la caridad y exhalando suspiros ardentísimos,
da uno mayor y más amoroso, con el cual expira, volando a los cielos su
alma purísima…” (Pag. 306)
En la sepultura María quedó dormida, por poco tiempo. Su alma, que ya
había volado al cielo, regresó a buscar su cuerpo para darle vida, y
ser llevada a la gloria por su Hijo, rodeada de sus santos ángeles.
En la solemnidad de su Asunción, que por sus oraciones e intercesión
seamos dignos de vivir bajo su refugio, amparo y protección en este
siglo y en el futuro, alabando en todo lugar y tiempo a su Hijo
Unigénito, juntamente con el Padre y el Espíritu Santo, por los siglos
de los siglos. ¡Amén.
|