Esta conversación se ha
construído siguiendo el modelo, tan habitual en los primeros siglos del
cristianismo, de un diálogo entre un cristiano y un pagano. El punto de
partida de la conversación es el impudor de la sociedad contemporánea.
Se han recogido argumentos de diversos teólogos y escritores.Fuente: http://www.conelpapa.com/sexo/unaconversacion.htm
Dos amigos, Pablo y Juan, están esperando a sus dos chicas, Marta e Irene,
en la barra de un bar. Es una tarde de otoño, después de clase. Comienzan a
charlar de diversos asuntos. En un determinado momento, surge la cuestión del
pudor.
- No sé a qué
viene tanto escándalo -dice Pablo- ¿No decís los cristianos que Adán y Eva
estaban desnudos en el Paraíso?
- Es cierto; lo
dice el Génesis: “estaban los dos desnudos, el hombre y su mujer, pero no
se avergonzaban de ello”.
- Pues es lo
mismo que sucede ahora. Ya no nos avergonzamos, que es un sentimiento
antiguo.
- Me temo que
no, Pablo ... por varias razones: porque Adán y Eva estaban en el Paraíso,
y nuestro mundo no es precisamente el Paraíso; y porque ese “no se
avergonzaban” no tiene nada que ver con los parámetros de vergüenza de
algunos pueblos primitivos, que son distintos de los nuestros. Además, en
esos pueblos, con distintos parámetros, sigue latente el pudor.
Adán y Eva no se avergonzaban cuando estaban en el Paraíso porque no
habían pecado;reinaba en ellos una armonía total entre el alma y el
cuerpo, y tenían un pleno autodominio de sí mismos.
- Significa que
Adán miraba a Eva, tal como Dios la había querido, “por sí misma”, en un
estado de inocencia original. Y en ese estado, perfectamente ordenado, la
vergüenza no tenía sentido.
- Porque la
vergüenza nació tras el pecado, tras la desobediencia, tras la transgresión
del mandamiento de Dios. A partir del pecado, el hombre y la mujer
perdieron su sencillez, su pureza y su inocencia originaria. Dice el
Génesis, que tras pecar “se les abrieron a ambos los ojos, y se dieron
cuenta de que estaban desnudos, y entretejiendo hojas de higuera se
hicieron unos ceñidores”.
- ¿Pero es que
antes no se daban cuenta?
- No consistió
en un paso entre un “no darse cuenta” y un darse cuenta”. Fue un cambio
mucho más profundo y trascendental. Tras el pecado original cambió
radicalmente el sentido de la desnudez humana. Por eso Dios le preguntó a
Adán: “¿Quién te ha hecho saber que estabas desnudo? ¿Es que has comido
del árbol del que te prohibí comer?”
- Juan: me
parece que no acabo de entender qué me quieres decir.
- Voy a ver si
me explico mejor. Tras el primer pecado, Adán y Eva descubrieron una
dimensión sexual en su cuerpo que ya no procedía del proyecto de Dios,
sino del “mal” que acababan de conocer mediante el pecado.
Y esa nueva dimensión, fruto del pecado y del desorden, es la que hizo
surgir en ellos la vergüenza y el pudor. Es decir: cuando perdieron en su
alma el sentido de la imagen de Dios, les nació el sentido de la vergüenza
de su cuerpo.
- Pero, según
tu fe, antes de pecar, Adán y Eva ya eran un hombre y una mujer...
- Sí; no eran
ángeles; era un hombre y una mujer que vivían su sexualidad conforme al
plan de Dios, con dos cuerpos en plena comunión con el querer divino. El
pecado original rompió todo eso, y lo redujo a la situación actual.
- Y empezaron a
sentir vergüenza...
- El Génesis lo
explica de este modo: “El Señor Dios hizo para el hombre y su mujer
túnicas de piel y los vistió”.
- ¿Y eso qué
significa para ti, como cristiano?
- Que Dios les
ayudó para poder presentarse ante Él, sin sentir vergüenza, para que
estuviesen de un modo parecido a la inocencia originaria.
Es una forma hermosa de decir que el hombre, por la dignidad de su propio
cuerpo, no debe ir desnudo como los animales.
Te lo resumiría así: el pudor nace tras el pecado; y es el medio que le da
Dios al hombre para que conserve su dignidad de hombre. Porque no es un
simple animal sexuado más: es una persona humana.
- Pero Dios,
según tu visión, creó al hombre y a la mujer sexuados desde el principio.
- Sí; sexuados,
pero con una plena aceptación de su cuerpo y de su verdad. Eran dos
personas con dos cuerpos que llevaban patente el signo de la “imagen de
Dios”, y que gozaban de la visión divina del mundo. Eso es –siempre dentro
del misterio, que no pretendo “explicar”- lo que se derrumbó en ellos tras
el pecado.
- Con una
fuerte conciencia de estar inermes: “Temeroso porque estaba desnudo, me
escondí” se lee en el Génesis.
- Sí: inermes,
desvalidos ante las pasiones desordenadas, que experimentaban por vez
primera. Sometidos a la concupiscencia. Con una naturaleza caída. Y con
una visión distinta de su cuerpo de la originaria, porque ahora su cuerpo
ya no gozaba de la libertad primera, sino que como fruto de su decisión de
pecar, estaba sometido al pecado.
- Muy bien,
Juan, respeto tus creencias. Pero no soy cristiano y no creo en esto que
me cuentas. Mi sentido del pudor es distinto.
- Pero Pablo,
si yo no te hablaba desde un punto de vista estrictamente cristiano: yo
sólo quería mostrarte como el pudor, la vergüenza, es algo natural en
el hombre. Es una reserva espontánea frente a posibles intromisiones
en la esfera de la intimidad, de lo personal.
- Pero ¿y qué importa romper esa intimidad?
- Importa y
mucho, porque cuando una persona rompe su intimidad, queda violentada,
como si le hubiesen arrebatado algo precioso de sí. Ha perdido
el señorío sobre sí misma.
- ¿Me estás
diciendo que los que no viven el pudor han perdido ese señorío?
- Sí. Y me
parece un fenómeno negativo de nuestra sociedad, por varias razones: una
de ellas es que supone una pérdida de personalidad: porque cuanto más rica
es la personalidad de una persona, más valora su intimidad.
- O sea, ¿que
todos debemos ir vestidos como los tuaregs, completamente cubiertos con túnicas
azules? Pues ahora muchas personas se muestran sin pudor, y publican su
vida a los cuatro vientos. ¿Qué piensas de ellas?
- No; no todos
tenemos ir como los tuaregs: esa es la forma más adecuada para ellos según
el medio en el que deben vivir. Cada cual debe vivir conforme a su
ambiente y conforme a la decencia humana.
Pienso, con todo respeto y sin juzgarlas -sólo Dios juzga- da la sensación
que esas personas, como valoran poco su intimidad, y no tienen conciencia
de lo que vale su dignidad personal, no temen perderla. Si lo
supieran, obrarían de otro modo.
- Muy bien.
Pero, vamos a ver, Juan: ¿qué más da taparse con un pedazo de tela o no?
- “Da” mucho. Una
persona con pudor se posee a sí misma. Eso significa que no está dispuesta
a compartir su intimidad con todo el mundo, y que sólo entregará su
intimidad a la persona que ama.
- ¿Qué quieres
que te diga? Me sigue pareciendo una tontería, una cuestión
insignificante.
- Sin embargo, es cuestión de mucha importancia,
porque del pudor depende el control de los instintos sexuales, que si se
desbocan acaban convirtiendo al hombre en un salvaje.
- Pero, dime
¿qué de malo hay en cubrir o descubrir unas partes del cuerpo?
- Mira Pablo:
lo esencial es descubrir, dejar patente en todo momento los valores de
la persona. Se trata de que al ver a un hombre, a una mujer, se
piense: “estoy ante una persona”.
Porque cuando el cuerpo no se cubre adecuadamente, este sentido se pierde,
y se tiende a pensar: “estoy ante un objeto de placer”. Por eso el
pudor sólo tiene sentido entre personas.
- Fíjate; en
este punto sí que coincido contigo: los animales no tienen pudor.
- Ni verdadero
amor tampoco. Por eso, se puede decir que el pudor prepara el camino
del verdadero amor.
- Es que para
mí el cuerpo humano no tiene nada de impúdico.
- Yo pienso
igual.
- ¿Cómo? Según
lo que me has dicho...
- Quizá no me
haya expresado bien. El cuerpo humano en sí mismo, no tiene nada de
impúdico. Ni tampoco son impúdicos en si mismos los movimientos de la
sensualidad.
- ¡Ahora, Juan,
es cuando no te entiendo!
- Perdona; intentaré explicarme mejor: el pudor o el
impudor nacen de la voluntad. Soy yo, el que, al no vivir el pudor, hago
mío ese movimiento sensual y reduzco mi persona a puro cuerpo; aún
menos, en simple sexo, como objeto de placer. Soy yo, el que, al vivir el
pudor, me muestro a los demás como persona.
- Vale. Pero no
me negarás que lo que dices choca bastante con la vida de hoy...
Sí; y con la de ayer. A los primeros cristianos de hace
veintiún siglos tampoco les resultó fácil transmitir el mensaje de Jesucristo
en medio del impudor generalizado de la sociedad romana decadente.
Pero al cabo del tiempo mostraron al mundo la grandeza del matrimonio y de la
dignidad de la mujer en un mundo que desconocía estos valores; defendieron la
libertad frente de la esclavitud generalizada; y el pudor cristiano dentro de
una sociedad profundamente inmoral.
No sé si sabe que la defensa del pudor y de la castidad fue una de las causas
más frecuentes del martirio, junto con su negativa a dar culto al Emperador.
Los Padres de la Iglesia y los primeros escritores cristianos... por cierto,
¿sabes quienes son?
Seguro que te suenan sus nombres: san Clemente; san
Cipriano, que es el siglo III; san Atanasio que es del siglo IV... Pues todos
tratan en sus escritos de esta materia, porque los cristianos tenían que dar
testimonio en medio de una sociedad fuertemente inmoral, igual que ahora.
Y ya se daban cuenta, igual que ahora, que cuando no se cuida la castidad, la
vida cristiana empieza a entrar en crisis: la oración se hace costosa; va
creciendo la vanidad, la soberbia y el egoísmo; no se entiende la mortificación
cristiana ni el amor con los demás.
- Me hablas del
pudor como si fuese algo rígido, cuando va variando de una cultura a otra,
como todo el mundo sabe.
Sí; van variando los modos y maneras del pudor, pero el
espíritu y la doctrina de la Iglesia es el mismo en estos XXI siglos. Durante
ese tiempo la Iglesia ha recordado las enseñanzas de Cristo y la obligación de
evitar las ocasiones que facilitan el pecado.
Es el sentido de esas palabras del Evangelio: «si tu ojo te escandaliza,
sácatelo y arrójalo de ti, porque mejor te es que perezca uno de tus miembros,
que no que todo tu cuerpo sea arrojado a la gehenna».
- Pero ahora
estamos en una sociedad tolerante...
Para ciertas cosas. Desde luego es muy permisiva y tolerante con los
grandes imperios económicos que la controlan y se benefician del gran negocio
de la pornografía; o con esas series de la televisión, muchas de ellas
dirigidas a adolescentes, en las que -aunque a ves no se muestren imágenes
directamente obscenas- se transmiten contenidos, actitudes y enfoques de la
vida profundamente inmorales.
Y en Roma...
- Hablando de Roma, por la puerta asoma. Mira, allí
viene Marta.
- Y allí está
Irene. Tendremos que cortar la conversación. Pero otro día seguimos, ¿no
te parece?
- Venga,
vale.
- Venga.
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