Quizás este amor preferencial de Jesús hacia los sacerdotes y
consagrados, y la importancia que se sigue de su fidelidad y felicidad
en Dios y en su ministerio, sea uno de los motivos por lo cual desde que
Jesús llamó a los primeros discípulos, satanás no ha cesado de querer
destruir a su Iglesia, atacando de manera particular a los sacerdotes de
Jesús.
Satanás, no pudiendo destruir a Dios, ataca a quienes Nuestro Señor más ama, a sus sacerdotes y consagrados.
Ellos son el bocado preferido del maligno, por lo cual los ataca por
todos los flancos posibles; y por lo que ellos necesitan de la oración
de protección hecha, no solo por ellos mismos, sino también por todos
los laicos de sus comunidades y por todos los católicos.
El maligno intuye cuales son los dolores del sacerdote que aun no han
sido totalmente entregados a Dios. El “mandinga” olfatea las heridas
abiertas y que aún no han sido sanadas del todo. El príncipe de la
mentira da vueltas, buscando los puntos débiles por los cuales él puede
entrar con sus tentaciones.
Y el maligno también sabe como tocar y manejar las cuerdas de los
enemigos de Dios y de la Iglesia: los Pilatos, los fariseos, los
Herodes, los Judas de ayer y de hoy. Por lo cual Dios nos advierte por
los labios de Pedro: “Sean sobrios y estén siempre alerta, porque su enemigo, el demonio, ronda como un león rugiente, buscando a quién devorar.” (1º Pedro 5, 8)
Satanás seguramente también conoce la frase de las Escrituras que
ilustra una realidad de vida, que lamentablemente pudimos haber visto o
experimentado: “Herirán al pastor, y se dispersarán las ovejas del rebaño.” (cf. Mateo 26, 31).
Es por esto, que tanto ayer como hoy, Jesús nos sigue repitiendo a todos: sacerdotes, Obispos, religiosos y laicos: “Estén prevenidos y oren para no caer en la tentación, porque el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil.” (Mateo 26, 41).
Cierto que no podemos pedir no ser tentados. Las tentaciones forman
parte del crecimiento de nuestra vida espiritual y del combate que todos
los bautizados tenemos a diario. Cuando tenemos el propósito de
rechazarlas, con la fuerza de Dios y el deseo de ser fieles, ello
también es una muestra del amor que sentimos por Jesús, quien nos dice: “Te basta mi gracia, porque mi poder triunfa en tu debilidad”. (2º Corintios 2, 9)
Si Jesús hubiera querido liberarnos de las tentaciones, no nos hubiera enseñado a orar en el Padre Nuestro, con las palabras: “No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal (del maligno)” (Mateo 6, 13).
Pero si él está con nosotros, ya somos vencedores, como nos enseñó el apóstol Pablo: “¿Qué diremos después de todo esto? Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?” (Romanos 8, 31).
Pero aun así no debemos bajar la guardia, ya que Jesús sigue advirtiéndonos a los “Simones Pedros” de hoy: “Simón,
Simón, mira que Satanás ha pedido poder para zarandearlos como el
trigo, pero yo he rogado por ti, para que no te falte la fe. Y tú,
después que hayas vuelto, confirma a tus hermanos”.” (Lucas 22, 31-32).
Al igual que hace más de dos mil años, ante la confirmación del amor
de Pedro que se reencontró con el amor de Jesús (Juan 21, 15-17), el
apóstol volvió a recuperar el gozo y las fuerzas de seguir y servir al
Maestro, también en la actualidad hay sacerdotes que vuelven a recuperar
el fervor y la motivación del llamado de Dios. Y este regresar suele
darse con mayor madurez, unción, gozo y entrega.
Algunas de las mayores alegrías en mi vida sacerdotal, han sido
cuando en consonancia con el carisma del Venerable padre Bruno Lanteri,
fundador de mi Congregación, Oblatos de la Virgen María, he podido
colaborar de diversas maneras, en que algunos sacerdotes del Señor
recuperarán la alegría que surge de la fuerza motivadora de haber puesto
la propia vida en las manos del Señor.
Yo creo sinceramente que ya está pasando para la gran mayoría de los
sacerdotes la crisis llamada “postconciliar”, y otras crisis que han
sido catalogadas con diferentes nombres. Y que todo lo sufrido en los
últimos decenios puede aportarnos una nueva luz, madurez y fervor.
Así como quienes “huelen” la lluvia que se aproxima, yo “huelo” que
está llegando a nuestra amada Iglesia una renovación sacerdotal y una
nueva primavera de vocaciones, más concientes que en el pasado, de lo
que significa entregar la vida a Cristo.
Esta conciencia surge de la comprensión de que entregar en la vida
religiosa o en el sacerdocio la vida a Cristo, no es un viaje de
primavera por florecidas campiñas, sino parte de un combate espiritual
que exige el seguir muriendo cada día a nosotros mismos y abrazar con
alegría la cruz del Señor, en el servicio a nuestros hermanos.