Es
necesario saber esperar y luchar con paciente
perseverancia, convencidos de que con nuestro interés
agradamos a Dios. La adquisición de una virtud no
se logra con esfuerzos esporádicos, sino con la
continuidad en la lucha, la constancia de intentarlo
cada día, cada semana, ayudados por la gracia
I. No podemos nunca
“conformarnos” con deficiencias y flaquezas que
nos separan de Dios y de los demás, excusándonos
en que forman parte de nuestra manera de ser, en que
ya hemos intentado combatirlos otras veces sin
resultados positivos. La Cuaresma nos mueve
precisamente a mejorar en nuestras disposiciones
interiores mediante la conversión del corazón a
Dios y las obras de penitencia que preparan nuestra
alma para recibir las gracias que el Señor quiere
darnos. El Señor siempre está dispuesto a
ayudarnos, sólo nos pide nuestra perseverancia para
luchar y recomenzar cuantas veces sea necesario,
sabiendo que en la lucha está el amor. Nuestro amor
a Cristo se manifestará en el esfuerzo por arrancar
el defecto dominante o alcanzar aquella virtud que
se presenta difícil adquirir, y en la paciencia que
hemos de tener en la lucha interior.
II. Es necesario saber esperar
y luchar con paciente perseverancia, convencidos de
que con nuestro interés agradamos a Dios. La
adquisición de una virtud no se logra con esfuerzos
esporádicos, sino con la continuidad en la lucha,
la constancia de intentarlo cada día, cada semana,
ayudados por la gracia. El alma de la
constancia es el amor; sólo por amor se puede ser
paciente (SANTO TOMÁS, Suma Teológica) y luchar,
sin aceptar los defectos y los fallos como algo
inevitable. En nuestro caminar hacia el Señor
sufriremos derrotas; muchas de ellas no tendrán
importancia; otras sí, pero el desagravio y la
contrición nos acercarán todavía más a Dios.
Este dolor es el pesar de no estar devolviendo tanto
amor como el Señor se merece, el dolor de estar
devolviendo mal por bien a quien tanto nos quiere.
III. Además de ser pacientes con nosotros mismos
hemos de serlo con quienes tratamos con más
frecuencia, sobre todo si tenemos obligación de
ayudarles en su formación, o una enfermedad. Hemos
de contar con los defectos de quienes nos rodean. La
comprensión y fortaleza nos ayudarán a tener calma,
sin dejar de corregir cuando sea oportuno y en el
momento indicado. La impaciencia hace difícil la
convivencia, y también vuelve ineficaz la posible
ayuda y la corrección. Debemos ser especialmente
constantes y pacientes en el apostolado. Las
personas necesitan tiempo y Dios tiene paciencia: en
todo momento da su gracia, perdona y anima a seguir
adelante. Con nosotros ha tenido esta paciencia sin
límites. Pidamos a Nuestra Madre paciencia para
nosotros mismos y para los que nos rodean.
Fuente:
Colección "Hablar con Dios" por Francisco
Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre
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