Sermon de San German - Las Homilías Marianas que nos dejó (verdaderas joyas de sabiduría) Nació en Constantinopla o en sus inmediaciones, en una fecha incierta entre el año 634 y el 654. Hacia el 705 fue nombrado obispo de Cicico, metrópoli de la provincia eclesiástica del Helesponto. En el 715 fue nombrado Patriarca de Constantinopla, donde permaneció hasta el 729 [1] Entre sus homilías Marianas figuran:
Los sermones rebosan de la sublimidad y la grandeza del mundo divino. Sin
embargo, a pesar de su perfección y de su extrema superioridad, el Cielo no se
encuentra distante de la tierra: Dios, a través de María, se abaja hasta el
hombre para atraerlo a si. Por eso, se comprende bien que el punto central de la
teología mariana de San Germán sea la Maternidad divina de la Santísima Virgen.
[3] 1ra. Sobre la entrada de la Santísima Madre de Dios. 2da. Panegírico cuando a la edad de tres años fue presentada en el templo por sus padres. EN LA FIESTA DE LA ANUNCIACIÓNSan Germán, en la Fiesta de la Anunciación de la Santísima Madre de Dios en una de sus partes lleno de júbilo proclama:
“Hoy el patriarca Jacob exulta de gozo y, con espíritu profético nos presenta aquella mística y bienaventurada escalera, que se apoya sobre la tierra y llega hasta el cielo (Gen 28,12).
Hoy el vetusto Moisés, profeta y guía del pueblo de Israel, nos habla claramente de aquella zarza situada sobre el monte Horeb (Ex 3,15).
Hoy el antiguo Zacarías, célebre como profeta, alza su voz diciendo: He aquí que yo he visto un candelabro todo de oro, con una lámpara encima. (Za 4, 2).
Hoy el gran heraldo Isaías, maravilloso entre todos los profetas, a grandes voces profetiza, diciendo: Saldrá un retoño de la raíz de Jesé y de él brotará una flor. (Is 11, 1).
Hoy el admirable Ezequiel exclama: He aquí que la puerta estará cerrada y nadie entrará por ella, más que el Señor Dios, y la puerta permanecerá cerrada. (Ez. 44, 2).
Hoy el admirable Daniel proclama cosas futuras, como si ya estuvieran presentes: La piedra se desprendió del monte, sin intervención de mano alguna. (Dn. 2, 45), es decir: sin la acción de ningún hombre.
Hoy David, acompañando a la Esposa y entonando cánticos que se refieren a la Virgen, bajo la figura de una ciudad, levanta la voz diciendo: Cosas gloriosas se han dicho de ti, oh ciudad del gran Rey. (Sal 87, 3).
Hoy Gabriel, caudillo de la milicia celestial, después de recorrer el arco del cielo, el Señor es contigo. (Lc. 1,28)”.
Ella es el atrio sagrado de la incorruptibilidad, el templo santificado de Dios, el altar de oro de los holocaustos (Ex 30, 28), el perfume divino del incienso (Ex. 31, 11), el óleo santo de la unción (Ex 30, 31; 31, 11), el preciosísimo vaso de alabastro que contiene el ungüento del místico nardo (Ct 1, 12), el efod sacerdotal (Ex. 28, 6ss), la lámpara de oro sostenida por el candelabro de siete brazos (Ex. 25, 31-39); ella es así mismo el arca sagrada material y espiritual, recubierta de oro por dentro y por fuera, en la que se hallan el incensario de oro, la vasija del maná y las demás cosas ya mencionadas (Hb 9, 4; Ex 16, 1 y Nm 17, 25); ella es la becerra primogénita y que no conoce yugo (Nm 19, 1ss), cuyas cenizas, o sea, el cuerpo del Señor formado y nacido de ella, purifican de la contaminación a los que participan de sus dones; ella es la puerta que mira al Oriente y que pertenece cerrada, desde la entrada y salida del Señor; ella es el libro de la Nueva Alianza, por la que el poder de los demonios fue al punto quebrantando entregándosele los hombres que estaban en prisión (Ef. 4, 8. Sal. 68, 19); ella, representa los tres géneros de la humanidad -griegos, bárbaros y judíos- y en ella la inefable sabiduría de Dios encubrió la levadura de su propia bondad (1 Corintios 5, 8, referencia a Mt 13, 33); ella es el tesoro de la alabanza espiritual (Ef. 1, 3) y también la que transporta desde Tarsis (Ct 5, 14) la incorruptible riqueza real, haciendo que en los países gentiles se establezca la Jerusalén celestial; es la bella esposa de los Cantares que se reviste con la antigua túnica, enjuga los pies terrenales y, con reverente veneración, acoge al esposo inmortal en la cámara del alma; es el nuevo carro de los fieles, que ha llevado el arca viviente del designio salvador de Dios y se dirige por el camino recto de la salvación, arrastrado por las dos terneras primerizas (1S 6, 7); ella es la tienda del testimonio (Ex 26, 1ss, 27, 21, etc.), de la cual, a los nueve meses después de la concepción, inesperadamente ha salido el verdadero Jesús.
Ella es la cestilla recubierta por dentro y por fuera, adornada de prudencia y piedad, en la que el espiritual Moisés está a salvo de las insidias del Faraón de la ley, mientras que la Iglesia de los gentiles, criada entre los brazos virginales, recibe la promesa del premio de la vida eterna (Ex 2, 5); ella es el quinto pozo del juramento de la alianza, del que brotó el agua de la inmortalidad a través de la encarnación y de la presencia del Señor, en el cumplimiento de la quinta alianza, pues la primera fue establecida en los tiempos de Adán, la segunda en tiempos de Noé, la tercera en tiempos de Abraham, la cuarta en tiempos de Moisés y la quinta en tiempos del Señor, del mismo modo que cinco veces salió a recompensar a los piadosos operarios de la viña de la justicia (Mt 20, 1ss) a la hora primera, a la tercera, a la sexta, a la nona y a la undécima.
Ella es el vellón incontaminado (Jc 6, 36ss) puesto sobre la era terrenal, sobre el cual bajó la lluvia del cielo que, con bienes copiosos generosamente concedidos, fecundó toda la tierra reseca por la abundancia del mal y, por otra parte, eliminó la humedad de las pasiones, que se infiltraba en la carne.
Ella es el fecundo olivo, plantado en la casa de Dios, del cual el Espíritu Santo tomó una ramita material (Gn 8, 11) y llevó a la naturaleza humana, combatida por las tempestades, el don de la paz, gozosamente anunciado desde lo alto; ella es el jardín siempre verde e inmarcesible, en el cual fue plantado el árbol de la vida (Gn 2, 9) que proporciona a todos liberalmente el fruto de la inmortalidad; ella es el fruto de la nueva creación, del que rebosa el agua de la vida; ella es la exultación de las vírgenes, el apoyo de los fieles, la diadema de la Iglesia, la marca de la ortodoxia (Ap 13, 16s) Por contraposición la marca de la bestia), la auténtica medida de la verdad, el vestido de la continencia, el manto recamado de la virtud, la fortaleza de la justicia, la glorificación de la Santa Trinidad, de acuerdo con lo que dice la narración evangélica: El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cobijará con su sombra y el que ha de nacer será santo y se llamará Hijo de Dios. (Lc 1, 35).
Oh Señora mía, tú eres para mí el consuelo que dimana de Dios, el divino rocío que me refresca en el ardor, la gota de agua que el Señor hace correr sobre mi corazón reseco, la lámpara luminosa que disipa las tinieblas de mi alma, la guía de mi inexperiencia, la fuerza de mi debilidad, el recubrimiento de mi desnudez, el enriquecimiento de mi pobreza, el remedio de mis heridas incurables, la extinción de mis lágrimas, el fin de mis gemidos, la transformación de mis desdichas, el alivio de mis dolores, la liberación de mis cadenas, la esperanza de mi salvación. Ea, pues, escucha mis plegarias, ten compasión de mis gemidos, acoge mi llanto, conmuévate mis lágrimas y ten piedad de mí”. [2] Comentarios: "Aumentaría aún más lo dicho, para mostrar la perfecta semejanza que hay entre
la predestinación del Hombre-Dios y la de su Madre que, como aquella es el
principio primero de todas las demás predestinaciones de los verdaderos hijos de
Dios, ésta es en cierto modo parecida a la causa segunda. «Nadie se salva a
no ser por vos, ¡Oh Santísima Virgen!», dice San Germán, Patriarca de
Constantinopla. (...) [5] "Vencido por los ruegos de María, concede Cristo sus favores. Pues, en el
parecer de San Germán, Jesús no puede dejar de escuchar a María en todo lo que
Ella le pide, queriendo así obedecerla como su verdadera Madre. (...) Busquemos
la gracia, pero busquémosla por medio de María, repito con San Bernardo,
continuando con las palabras de la Virgen a Santa Matilde: «El Espíritu Santo
me colmó de toda su dulzura y me hizo tan grata a Dios que cuantos por mi
intercesión le piden gracias a Él, todos, con certeza, las obtienen».
(...) [5] MADRE DE LA GRACIA (Homilía sobre la zona de Santa María) Oh Tú,
completamente casta, totalmente buena y misericordiosísima Señora, consuelo
de los cristianos, el más seguro refugio de los pecadores, el más ardiente
alivio de los afligidos: no nos dejes como huérfanos privados de tu
socorro. ¿En quién nos ampararemos si somos abandonados lejos de
ti? ¿Qué sería de nosotros, Santa Madre de Dios, que eres aliento
y espíritu de los cristianos? Así como la respiración es señal cierta de
que nuestro cuerpo posee la vida, así también tu santísimo nombre,
incesantemente pronunciado por la boca de tus siervos en todo tiempo y
lugar, es no sólo signo, sino causa de vida, de alegría y de auxilio para
nosotros. Protégenos bajo las alas de tu bondad, auxílianos con tu
intercesión, alcánzanos la vida eterna, Tú que eres la Esperanza de los
cristianos, esperanza nunca frustrada. Nosotros somos pobres en las obras y
en los modos divinos de actuar; pero, al contemplar las riquezas de
benignidad que Tú nos muestras, podemos decir: la misericordia del
Señor llena toda la tierra (Sal 32, 5). Estando lejos de Dios por la
muchedumbre de nuestros pecados, por medio de ti le hemos buscado; y, al
encontrarle, hemos sido salvados. Poderoso es tu auxilio para alcanzar
la salvación, oh Madre de Dios; tan grande que no hay necesidad de otro
intercesor cerca del Señor. A ti acude ahora tu pueblo, tu herencia, tu
grey, que se honra con el nombre de cristiano, porque conocemos y tenemos
experiencia de que recurriendo insistentemente a ti en los peligros,
recibimos abundante respuesta a nuestras peticiones. Tu munificencia, en
efecto, no tiene límites; tu socorro es inagotable; no tienen número tus
dones. Nadie se salva, oh Santísima, si no es por medio de ti. Nadie
sino por ti se libra del mal, oh Inmaculada. Nadie recibe los
dones divinos, oh Purísima, si no es por tu mediación. A nadie sino por
ti, oh Soberana, se le concede el don de la misericordia y de la gracia.
Por eso, ¿quién no te predicará bienaventurada?, ¿quién no te ensalzará?,
¿quién no te engrandecerá con todas las fuerzas de su alma, aunque nunca sea
capaz de hacerlo como te mereces? Te alaban todas las generaciones porque
eres gloriosa y bienaventurada, porque has recibido de tu divino Hijo
maravillas sin cuento y admirables. ¿Quién, después de tu Hijo, se
interesa como Tú por el género humano? ¿Quién como Tú nos protege sin cesar
en nuestras tribulaciones? ¿Quién nos libra con tanta presteza de
las tentaciones que nos asaltan? ¿Quién se esfuerza tanto como Tú en
suplicar por los pecadores? ¿Quién toma su defensa para excusarlos en los
casos desesperados? En virtud de la cercanía y del poder que por tu
maternidad has conseguido de tu Hijo, aunque seamos condenados por
nuestros crímenes y no osemos ya mirar hacia las alturas del cielo, Tú
nos salvas—con tus súplicas e intercesiones—de los suplicios
eternos. Por esta razón, el afligido se refugia en ti, el que ha sufrido
la injusticia acude a ti, el que está lleno de males invoca tu
asistencia. Todo lo tuyo, Madre de Dios, es maravilloso, todo es más
grande, todo sobrepasa nuestra razón y nuestro poder. También tu
protección está por encima de toda inteligencia. Con tu parto has
reconciliado a quienes habían sido rechazados, has hecho hijos y herederos a
quienes habían sido puestos en fuga y considerados como enemigos. Tú,
diariamente, extendiendo tu mano auxiliadora, sacas de las olas a quienes
han caído en el abismo de sus pecados. La sola invocación de tu nombre
ahuyenta y rechaza al malvado enemigo de tus siervos, y guarda a
éstos seguros e incólumes. Libras de toda necesidad y tentación a
los que te invocan, previniéndoles a tiempo contra ellas. Por esto
acudimos diligentemente a tu templo. Cuando estamos en él, parece como si
nos encontrásemos en el mismo Cielo. Cuando te alabamos, tenemos la
impresión de estar cantando a coro con los ángeles. ¿Qué linaje de hombres,
aparte de los cristianos, ha alcanzado tal gloria, tal defensa, tal
patrocinio? ¿Quién no se llena inmediatamente de alegría, tras
levantar confiadamente los ojos para venerar tu cinturón sagrado?
¿Quién se fue con las manos vacías, sin conseguir lo que
imploraba, después de haberse arrodillado fervorosamente ante ti?
¿Quién, contemplando tu imagen, no se olvidó inmediatamente de
sus penas? Es imposible expresar con palabras la alegría y el gozo
de los que se reúnen en tu templo, donde quisiste que venerásemos tu
cinturón precioso y las fajas de tu Hijo y Dios nuestro, cuya colocación en
esta iglesia celebramos hoy. ¡Oh urna de la que bebemos el maná del
refrigerio quienes experimentamos el ardor de los males! ¡Oh mesa que sacia
con el pan de vida a los que estábamos a punto de desfallecer a
causa del hambre! ¡Oh candelabro que con su fulgor ilumina con
intensa luz a quienes yacíamos en las tinieblas! Dios te ensalza con
honor sobresaliente y digno de ti, y sin embargo no rechazas
nuestras alabanzas, indignas y de poca calidad, pero ofrecidas con
nuestro fervor y nuestro cariño más grande. No rehuses, oh alabadísima,
los cantos de loor que salen de unos labios manchados, pero que se ofrecen
con ánimo benevolente. No abomines de las palabras
suplicantes pronunciadas por una indigna boca. Al contrario, ¡oh
glorificada por Dios!, atendiendo al amor con que te lo decimos,
concédenos el perdón de los pecados, los goces de la vida eterna y
la liberación de toda culpa. ....................... 1. Según la
tradición, en la iglesia de Constantinopla donde San Germán pronunció esta
homilía se veneraban algunas reliquias muy valiosas, como el cinturón
(«zona») de la Virgen. [1] Como buen iconófilo reprimió con gran firmeza al emperador León el Isaúrico cuando publicó un decreto contra la veneración de las sagradas imágenes. Ferviente enamorado de Nuestra Señora, escribe de Ella con tierna devoción .
Oración a la Virgen María - San Germán ¿Quién no se llenará la admiración ante ti? Tú eres firme protección, refugio seguro, intercesión vigilante, salvación perenne, auxilio eficaz, socorro inmutable, sólida muralla, tesoro de delicias, paraíso irreprensible, fortaleza inexpugnable, trinchera protegida, fuerte torre de defensa, puerto de refugio en la tempestad, sosiego para los que están agitados, garantía de perdón para los pecadores, confianza de los desesperados, acogida de los exiliados, retorno de los desterrados, reconciliación de los enemistados, ayuda para los que han sido condenados, bendición de quienes han sufrido una maldición, rocío para la aridez del alma, gota de agua para la hierba marchita, pues, según está escrito, por medio de ti nuestros huesos florecerán como un prado [4]
Preparado por: Cesar Parra Biografía: Notas: María obtiene todo de Jesucristo, en nuestro favor "Todo cuanto la Santísima Virgen pide en favor de sus siervos, lo obtiene, con certeza, de Dios" Esta frase es de San Alfonso María de Ligorio. "Meditad -continua él, citando a Buenaventura Baduario- en la gran virtud que tuvieron las palabras de María en la Visitación. Pues por su voz, fue concedida la gracia del Espíritu Santo, tanto a su prima Isabel como a Juan, su hijo, según cuenta el Evangelista. (...) "Vencido por los ruegos de María, concede Cristo sus favores. Pues, en el parecer de San Germán, Jesús no puede dejar de escuchar a María en todo lo que Ella le pide, queriendo así obedecerla como su verdadera Madre. (...) Busquemos la gracia, pero busquémosla por medio de María, repito con San Bernardo, continuando con las palabras de la Virgen a Santa Matilde: «El Espíritu Santo me colmó de toda su dulzura y me hizo tan grata a Dios que cuantos por mi intercesión le piden gracias a Él, todos, con certeza, las obtienen». (...) "No nos apartemos jamás de los pies de esta tesorera de las gracias, diciéndole siempre con San Juan Damasceno: «¡Oh Madre de Dios!. Ábrenos las puertas de tu misericordia, ruega siempre por nosotros, pues vuestras oraciones son la salvación de todos los hombres». Recurriendo a María, lo mejor será pedirle que ruegue por nosotros y nos obtenga aquellas gracias que reconozca más convenientes para nuestra salvación"(27). Tanto más debemos implorar este patrocinio de Nuestra Señora cuanto él es omnipotente. Así lo explica, en conformidad con la enseñanza de los Santos y de los doctores eclesiásticos, el ilustre teólogo dominico, Fr. Garrigou-Lagrange: "El sentido cristiano de todos los fieles estima que una madre beatificada conoce en el Cielo las necesidades espirituales de los hijos que ella dejó en la tierra, e intercede por su salvación. Universalmente en la Iglesia, los cristianos se recomiendan a las oraciones de los Santos que han llegado al término de su viaje. (...) El Concilio de Trento (sess.XXV), definió que los Santos en el Cielo ruegan por nosotros y que es útil invocarlos. (...) "«Jesucristo viviendo siempre, no cesa de interceder por nosotros», dice San Pablo (Hebr. VII,25). Él es sin duda el intercesor necesario y principal. Pero la Providencia y Él mismo quieren que recurramos a María, para que nuestras oraciones presentadas por Ella tengan más valor. "En su calidad de Madre de todos los hombres, Nuestra Señora conoce todas las necesidades espirituales de estos, y lo que concierne a su salvación; en virtud de su inmensa caridad, María intercede por ellos. (...) "Esta oración de la Santísima Virgen es omnipotente. Por eso la Tradición la proclama omnipotentia supplex, la toda poderosa en el orden de la súplica. (...) "Bossuet en su Sermón sobre la Compasión de María, se explica así: «Intercede por nosotros, ¡oh Bienaventurada María!: tenéis en vuestras manos, me atrevo a decir, la llave de las bendiciones divinas. Vuestro Hijo es esta llave mediante la cual son abiertos los cofres del Padre Eterno. Él cierra y nadie abre; Él abre y nadie cierra. Es su Sangre inocente la que hace derramar sobre nosotros los tesoros de las gracias celestiales. ¿Y a quién dará Él más derecho sobre esa Sangre, sino a Aquella de la que obtuvo toda su Sangre?. Además, vivís con Él en una tan perfecta unión, que es imposible que no seáis atendida». Basta, como dice San Bernardo, que María hable al Corazón de su Hijo. (...) "Se ve, así, que la intercesión de María es mucho más poderosa y más eficaz que la de todos los demás Santos reunidos, pues ellos no obtienen nada sin Ella. Su mediación está sujeta a la de Ella, que es universal, por supuesto siempre subordinada, a su vez, a la de Nuestro Señor Jesucristo"[5] Fr. Garrigou-Lagrange, O.P., La Mère du Sauveur et notre vie intérieure, Ed. Du Lévrier, Ottawa (Canadá), 1948, pp. 232, 234-236, 238-239 |
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